Todo está
inventado, y aún así, los cubanos nos aferramos a seguir cambiándolo todo (o
casi todo), y que conste, prefiero referirme principalmente a nombres, términos
y conceptos.
Un nuevo aniversario
casi se cumple de haberse celebrado en nuestro país, luego de unos largos y
transformadores catorce años, el Sexto Congreso del Partido Comunista. Entre
otras novedades acontecidas allí, fue aprobado el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica
y Social del Partido y la
Revolución, aunque a la larga sea sencillamente un plan de
ajuste y revitalización de la maltrecha economía de la isla, sacudida
primeramente por la fuerte crisis económica de los años noventa, donde apenas
teníamos qué comer o calzar, y luego por las sucesivas debacles económicas
ocurridas a nivel internacional.
Y es que,
aunque no queramos incluso reconocerlo (a nivel popular y gubernamental), el
proyecto de lineamientos ha impulsado, además de los necesarios cambios, un
programa de ajustes y recortes que, si bien en otros países se les tilda de
asfixiantes (y de neoliberales en la mayoría de los casos), en el nuestro
vienen a reimpulsar el desarrollo social.
En Grecia,
por ejemplo, donde no hay siquiera dinero para pagar los salarios estatales, se
habla todos los días de despidos masivos y carencia de empleos. Mientras, al
más puro estilo cubano, se promovió desde hace alrededor de un año la urgente
necesidad de reducir las plantillas infladas, lo que significa dejar
“disponibles” a cerca de medio millón de cubanos y cubanas, o lo que es lo
mismo, y con todas las letras, desemplear o despedir (según se prefiera) de manera progresiva.
Variantes más
o menos, al final se pierde el empleo que bien pudo haberse mantenido por 5, 10
e incluso 20 años, pero si el criterio del director o jefe de la entidad no es
favorable, solo quedan dos caminos: ir al sector de los “trabajadores por
cuenta propia” o acogerse a los “múltiples” y “diversos” oficios que proponen
como alternativas, aunque se haya “largado las pestañas” como lo expresa la
sabiduría popular, para obtener un título.
He aquí
nuestro primer cambio: a los desempleados o parados (reconocidos como tal en
los países capitalistas) les llamamos “disponibles”, que incluso se presta para
las más diversas conjugaciones con otros términos afines (disponible a trabajar
en lo que no me gusta, disponible a hacer negocios ilícitos muchas veces mejor
remunerados que los legales, e incluso disponibles a pasar hambre si solo sabía
hacer una cosa: trabajar y trabajar hasta el cansancio en el lugar del que me expulsaron)
Y no es que,
aclaro, no sea necesario el proceso por difícil que resulte. La cuestión es,
sencillamente, que resultan por momentos irrisibles los términos con que se
nombran procedimientos que desde hace bastante tiempo están inventados.
Curioso que
nuestro segundo ejemplo venga estrechamente entrelazado al primero. Ciertamente
una de las pocas alternativas que quedan a aquellos que pierden sus puestos
laborales desde principios del año pasado es acogerse al “trabajo por cuenta
propia”, sin importar si pirateas discos o compras frutas (tan escasas por
estos tiempos), viandas u hortalizas en los mercados agropecuarios estatales
para revenderlos luego, pues al final está legalizado.
Resulta sobre
todo curioso porque casi a diario oímos hablar del tan llevado y traído tema de
la privatización en otras partes del planeta, de uno u otro sector, lo que
criticamos sin hacer diferencias entre si es la de los bienes fundamentales o
de los menores.
¿Es que acaso nuestros “cuentapropistas” no
son propietarios privados? ¿Tememos usar el término propiedad privada porque,
quizás, y solo digo quizás, nos trae malos recuerdos o se contrapone a erróneas
enseñanzas arraigadas en varias generaciones?
En este ir y
venir de uno y otro término se continúan privatizando los pequeños servicios
que hoy el Estado no está en condiciones de continuar prestando, descubrimiento
realizado recientemente.
El tercer
ejemplo lo tomo directamente del sistema educacional.
Resulta que
en la carrera de Comunicación Social se imparte una materia que en cualquier
otro lugar se conoce como Marketing, dedicada al estudio de las estrategias de
mercado y a la promoción de ventas, entre otros apartados.
Pero el
problema es que así se le llama en los países “capitalistas” por lo que
nosotros no podemos decirle igual, quizás por una extraña razón, aún
desconocida o tal vez inalcanzable para quien escribe estas líneas.
Sencillamente
la hemos renombrado como Mercadotecnia, un nombre “más cubano” y al parecer,
también “más socialista”, lo que nos hace reafirmarnos de forma significativa y
descollante en nuestra ideología…
Incluso, poco
importa que la bibliografía, casi toda correspondiente a autores extranjeros,
presente el término mundialmente reconocido, hay que continuar sustituyéndolo
por el nuestro.
El cuarto y
último ejemplo fue el que, sinceramente, me impulsó a escribir estas líneas.
Hace poco escuchaba un programa juvenil
transmitido por Tele Rebelde que
trataba, nada más y nada menos, del “sexo transaccional” (¿!¡?), e incluso se
entrevistaba a una especialista que labora en el Consejo Provincial de lucha
contra el “sexo transaccional”, o algo así.
Con toda
sinceridad reconozco mi falta de cultura al no poder comprender qué significaba
este término tan “sofisticado”, al escucharlo en voz de la conductora del programa.
Pocos minutos después me di cuenta: hablaban de la prostitución.
No pude menos
que reírme porque, incluso, luce y suena lindo. No podíamos ajustarnos a un
concepto conocido y manejado en el mundo entero, probablemente tan antiguo como
el propio lenguaje. Teníamos que, necesariamente, crear una palabra que no
recordara posibles paralelos.
Si en los
demás países del planeta es prostitución y si antes del triunfo revolucionario
de 1959 también se le denominaba así, ahora es “sexo transaccional”, para que
lo sepa usted.
Los ejemplos
se sobran y alcanzarían de seguro para que algún entendido en la materia
redactara un enjundioso diccionario al que no pocos tendríamos que acudir. Así
encontraríamos “desvío de recursos” en lugar de robo, sin detenernos en los
curiosos e “inteligentes” nombres dados a los términos deportivos,
especialmente en el béisbol, para quizás hacerlo “más nuestro”, o tantos otros,
los que me limito de mencionar para no aburrir al amable lector.
No importa si
los vocablos ya están creados y perfectamente se comprenden. Los cubanos nos
guardamos el derecho de reinventarlos o modificarlos en dependencia de los
tiempos que corran y las necesidades y urgencias que nos apremien.
Y es que
incluso una palabra puede sustituirse por otra en un plazo de 5 o 10 años,
siempre y cuando, por supuesto, la circunstancia amerite la utilización de tan
extraordinaria ciencia, de la que, por suerte o por desgracia, somos especialistas
con reconocida trayectoria.
Si hace un
tiempo todo aquel que emigraba al exterior (entiéndase Estados Unidos de
América o cualquier otro país capitalista y "ladrón” de cerebros) era
considerado un traidor, un apátrida, alguien indigno de considerarse cubano, un
vendido al capitalismo, un indolente… y tantos otros adjetivos, hoy les
llamamos diáspora y los invitamos a compartir como hermanos del mismo pan y el
mismo vino. Todo porque sencillamente al cambiar los tiempos, cambian los
intereses y con ellos las palabras que los nombran.
¿Cuántos de
estos conceptos, términos, vocablos, o como queramos llamarles, que hoy
tienen significados ofensivos,
excluyentes e incluso “peligrosos”, cambiarán en un futuro? ¿Quién asegura que
a causa de esas mismas palabras, los que quizás sufren hoy, mañana no reirán?
¿Por qué la
necesidad casi enfermiza de crear todo un código lingüístico propio de la “isla
socialista del Caribe”, como le llama Padura a nuestra Cuba, a pesar de que
todos están ya inventados y son de perfecta comprensión?
¿Acaso
queremos asemejarnos a ese, considerado por muchos y en los más diversos
sentidos, “mal ejemplo”, que constituyeron algunas de las políticas
aplicadas en la extinta Unión Soviética, cuando se creaban términos, ideas, e
incluso filosofías para justificar un modo determinado de pensar?
¿No hemos
tenido ya suficientes lecciones dictadas y recordadas constantemente por la
historia y la realidad diaria que vivimos?
Respuestas
imposibles para mí, un inculto en la materia. Solo citar una frase que tantas
veces uno de mis profesores ha repetido en clases aunque no logre recordar qué
afamado director de cine la dijo: “Es necesario que todo cambie para que todo
siga siendo igual”.
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